INTRODUCCIÓN
El profeta Isaías acusó a Judá a
nombre de Dios como infractora de la ley, y su profecía empieza con una
acusación y un llamado a volver al Señor. «Príncipes de Sodoma, oíd la palabra
de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra» (Is 1: 10). Las
maldiciones de la ley, de Deuteronomio 28, descenderían sobre Judá y Jerusalén,
«porque desecharon la ley de Jehová de los ejércitos, y abominaron la palabra
del Santo de Israel» (Is 5: 24).
Pero eso no es todo. Dios también
acusó a las naciones de la antigüedad (Is 13: 1—23: 18). Dios el Rey juzgará
severamente el pecado del mundo (Is 24: 1—27: 13). Judá y Jerusalén, debido a
sus relaciones impías con Egipto y Asiria, también son de nuevo blanco de más
acusaciones (Is 28:1—33: 24). Edom también está sujeto a una acusación (Is 34).
El castigo de Judá sería tan
radical que solo un diezmo o décima parte volvería, y esa décima parte sería
comida o consumida hasta que quedara solo un remanente de simiente santa (Is 6:
13). El castigo de las demás naciones sería incluso más radical: «He aquí que
Jehová vacía la tierra y la desnuda, y trastorna su faz, y hace esparcir a sus
moradores» (Is 24: 1). Esto se indica con claridad porque «la tierra se
contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho,
quebrantaron el pacto sempiterno» (Is 24: 5).
Según Alexander: «Los tres términos
que se usan (leyes, ordenanza, pacto) son sus sustancialmente sinónimos, ley, estatuto, pacto, y se usan
indistintamente»1. Este punto es de especial importancia.
Recalca de nuevo la posición de
las Escrituras de que todos los hombres y naciones están ineludiblemente
ligados al pacto de Dios, ya sean guardadores del pacto o transgresores del
pacto. El pacto de Dios es «el pacto eterno» con todos los hombres. La relación
del hombre a ese pacto puede cambiar de bendiciones a maldiciones, pero el
pacto permanece. Como Copass señaló:
Todas las personas pecadoras caen
bajo el castigo temporal del Dios Omnipotente, santo, que es poderoso para
salvar, que sabe que sin condenación del pecado no puede haber salvación.
Todavía más, los pecadores
persistentes conocerán la separación
final y el castigo eterno.
La ley y el pacto se usan como
sinónimos, y todos los hombres ineludiblemente están involucrados en esa
realidad. Debido a que Dios es Dios, el Soberano absoluto y solo Creador de
todas las cosas, ninguna independencia es posible de él para nada.
El hombre está ineludiblemente
ligado a Dios según las condiciones de Dios, su ley o pacto. Aunque un pueblo
elegido es testigo de ese pacto, su testimonio debe ser solo según las
afirmaciones de Dios y su pacto a todos los pueblos sin excepción. Por no obedecer
ese pacto y su testigo, todas las naciones de la antigüedad fueron juzgadas y
condenadas.
En Jeremías hay un castigo
similar para Judá, y también para las potencias extranjeras (Jer 46: 1—51: 64).
Se pronuncia la condena de Babilonia «porque pecó contra Jehová» (Jer 50: 14).
Todavía más, lo inverso de la
regla de oro es el principio del juicio de Dios contra Babilonia: «Haced con
ella como ella hizo» (Jer 50:15); «conforme a todo lo que ella hizo, haced con
ella» (Jer 50: 29). Contra Moab, la palabra de Dios por medio de Jeremías es
que «maldito el que detuviere de la sangre su espada» (Jer 48:10).
Jeremías pronuncia las
maldiciones de Deuteronomio 28 contra Judá y todas las naciones por su
desobediencia a Dios, y esta «venganza es de Jehová, y venganza de su templo»
(Jer 51: 11). Como el templo (y el tabernáculo antes) era el salón del trono de
Dios y centro gubernamental, esto quiere decir que Dios se venga de todos los
que quebrantan su ley.
El castigo de las naciones
aparece en Ezequiel 25:1—32:32 y en otras partes.
Daniel nos da un panorama de los
grandes imperios y su castigo. Todos los profetas recalcan la ley y el pacto, y
llaman a hombres y naciones al arrepentimiento, o pronuncian castigo.
El final del libro de Malaquías
emplaza a los hombres de esta manera: «Acordaos de la ley de Moisés mi siervo,
al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel». Si los padres y
los hijos no están unidos en fe y obediencia, Dios declara que vendrá y herirá
la tierra con maldición en el Día del Señor, el tiempo de castigo en que el
Mesías es rechazado (Mal 4: 4-6).
San Pablo resumió este aspecto de
las Escrituras en Hebreos 12: 18-29. Se recalca mucho la superioridad del pacto
renovado. Con «Jesús, el mediador del nuevo pacto», los que son de la iglesia
han venido a algo mucho mayor que las manifestaciones aterradoras del monte
Sinaí. Es el mismo Dios, «fuego consumidor»
(He 12: 29; Éx 20: 18.19), y esa
realidad la expresa mejor San Pablo que Moisés. El contraste entre el monte
Sinaí y Moisés por un lado, y Cristo por el otro, hace que la obediencia sea
mucho más obligatoria y la desobediencia mucho más condenatoria.
Las épocas hasta la venida de
Cristo representaban una gran conmoción de las naciones, que culminaría con la
caída de Jerusalén. La próxima gran remoción eliminará todas las «cosas hechas»
que pueden ser removidas, «para que queden las inconmovibles» (He 12: 27). Las
«cosas hechas» son las invenciones del hombre que tratan de suplantar la ley y
el reino de Dios con la ciudad del hombre.
Pero los elegidos de Dios han
recibido «un reino inconmovible», o sea, que no se puede mover (He 12:28);
deben por consiguiente servir a Dios como es debido y con reverencia y temor
reverencial.
Por tanto, así como la época del
Antiguo Testamento vio la destrucción radical de todas las naciones que
rechazaban a Dios, la era cristiana verá una gran conmoción de las potencias
existentes debido a su incredulidad, apostasía e iniquidad.
Al pacto que existe entre Dios y
su pueblo correctamente se le ha llamado pacto
de gracia. Y eso es: un pacto de gracia o bendición que ha hecho el Dios
soberano con aquellos a quienes redime en Cristo. Opuesto al pacto de la gracia
o bendición está el pacto de muerte o
maldiciones. Desde el principio en Edén, Dios dijo que castigaría la
desobediencia a su ley con la muerte (Gn 2: 17).
La maldición empezó a operar de
inmediato cuando el hombre cayó (Gn 3: 16-19; 4: 10-12). Caín fue des terrado
(Gn 4:11) por matar Abel, y la vida de allí en adelante vio cumplirse aquel pacto
de muerte.
El pueblo de Dios no puede hacer
un pacto con los que quebrantan el pacto de Dios (Dt 7: 2). Los que se van
detrás de otros dioses y hacen pacto con ellos heredarán todas las maldiciones
de la ley (Dt 29: 18-24). El destino de los que quebrantan el pacto es la
muerte (Ro 1: 31-32). Esto se declara con énfasis en Isaías 28: 14-18:
Por tanto, varones burladores que
gobernáis a este pueblo que está en Jerusalén, oíd la palabra de Jehová. Por
cuanto habéis dicho: Pacto tenemos hecho con la muerte, e hicimos convenio con
el Sheol; cuando pase el turbión del azote, no llegará a nosotros, porque hemos
puesto nuestro refugio en la mentira, y en la falsedad nos esconderemos; por
tanto, Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento
una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que
creyere, no se apresure.
Y ajustaré el juicio a cordel, y
a nivel la justicia; y granizo barrerá el refugio de la mentira, y aguas
arrollarán el escondrijo. Y será anulado vuestro pacto con la muerte, y vuestro
convenio con el Seol no será firme; cuando pase el turbión del azote, seréis de
él pisoteados.
La clave del significado de esta
palabra profética la explicó muy bien Young en su comentario sobre el versículo
15:
En este versículo Isaías explica
por qué los burladores deben oír la palabra del Señor y también por qué es
necesario que Dios establezca en Sión una piedra angular. Lo que se da no es el
vocabulario de los burladores sino una evaluación de sus hechos. Si se expresaran
en palabras esos hechos, no serían palabras como éstas. Para decirlo de otra
manera, aquí hay una expresión de los pensamientos y propósitos diseñados
carnalmente por los burladores, y puesto que pensamientos como estos motivaron
sus hechos, Dios mismo intervendrá y erigirá en Sión una piedra.
ISAÍAS SE DIRIGE A LOS GOBERNANTES DE
«ESTE PUEBLO». USTEDES HAN DICHO.
No en tantas palabras, sino que
eso es lo que han propuesto en sus corazones.
Si alguien ha hecho un pacto con
la muerte, la muerte no le hará daño, porque él y la muerte están en paz.
«Ustedes están actuando», así parece ser el pensamiento del profeta, «como si
la muerte y la tumba no los fueran a vencer ni a apoderarse de ustedes. Vendrán
por otros, pero ustedes piensan que están exentos. Alrededor de ustedes han
contemplado a otros caer, e incluso han visto a las diez tribus ir en
cautiverio, pero piensan que la muerte los dejará y seguirá de largo».
Un pacto con la muerte y con el
infierno es la presuposición de que la ley del pacto de Dios no está en
operación, y que Dios en la práctica está muerto. Es un rechazo del mundo de
ley y causalidad y una insistencia de que el hombre vive en un mundo neutral,
no causal, de bruta realidad. Un pacto con la muerte y el infierno es un
esfuerzo por anular la muerte y el infierno; es un rechazo del orden jurídico
de Dios a favor del orden hecho por el hombre. Este pacto con lo
insignificativo
Dios lo rechaza, y los que lo
hacen son pisoteados bajo los pies del veredicto de Dios (Is 28: 18). Este
pacto con la muerte caracteriza toda incredulidad, y la promesa de Dios, según
la versión Reina Valera, es juicio sobre toda la tierra. La palabra de Isaías a
los burladores de Jerusalén fue esta: «Ahora, pues, no os burléis, para que no
se aprieten más vuestras ataduras; porque destrucción ya determinada sobre toda
la tierra he oído del Señor, Jehová de los ejércitos» (Is 28: 22).
El hombre y las naciones hacen un
pacto con la muerte, con lo insignificativo, para escapar de la ley de Dios. La
respuesta de Dios es darles muerte, «una aniquilación determinada» en términos
de su propósito soberano. No hay escapatoria de la ley y su significado. Como
bien dijo Ezequiel, el propósito de Dios es derribar todas las cosas que se
oponen a Cristo y su reino: «A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no
será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré» (Ez
21: 27).
La declaración de Dios, repetida
muchas veces por todo Ezequiel, es que su castigo cae sobre todo los que
quebrantan la ley hasta el fin en que «sabréis que yo soy Jehová el Señor» (Ez
23: 49, etc.). De modo similar, la ley fue dada, y la justicia de Dios fue dada
a conocer, el sabbat fue establecido «para que sepáis que yo soy Jehová vuestro
Dios» (Ez 20: 19-20, etc.). La ley y las sentencias de la ley tienen como
propósito revelar a Dios.
La ley como revelación es, pues,
un aspecto básico de la manifestación que Dios hace de sí mismo. Es en verdad
imposible pensar en una revelación de Dios sin ley, porque esto querría decir
que Dios no tiene naturaleza, ni es una persona de propósito definido y
totalmente consciente de sí mismo.
Debido a que Dios está totalmente
consciente de sí mismo y sin potencialidades, es decir, sin aspectos de sí
mismo por desarrollar, tiene una ley plena y desarrollada, y esa ley es básica para
la revelación de sí mismo. Dios no puede revelarse sin la ley, ni ella puede establecerse
sin revelar a Dios.
La implicación de esto es que
ningún conocimiento de Dios es posible si se rechaza la ley. Rechazar la ley es
negar la naturaleza de Dios, y negar el significado de Dios Hijo y su
expiación. El conocimiento de Dios no es por
la ley, sino por la gracia de Dios por fe, pero este conocimiento de
Dios es inseparable de la ley. La prioridad es de Dios, no de la ley, pero no
se puede divorciar la ley de Dios, así como a su naturaleza no se la puede
alienar del Señor.
El barthianismo, debido a que es
antinomiano, presupone un dios que es incognoscible y más allá de definición.
El Dios barthiano no da ley porque no tiene ley dentro en sí mismo, ni
naturaleza fija. Por el término «la libertad de Dios», los barthianos quieren
decir la libertad de toda ley o naturaleza. Por eso no sorprendió que el
próximo paso en teología fuera anunciar la muerte de este dios.