INTRODUCCIÓN
La palabra hebrea que se traduce
«Ley» es Tora, que quiere decir
«un señalar, una orientación, una orientación autoritativa» del Señor. Desde el
mismo principio de la relación de Israel con Dios, hubo por necesidad una ley,
una orientación autoritativa.
Previamente, la orientación autoritativa
se le había dado a Adán, al linaje de Set, a Noé y sus descendientes, a Abraham
y sus herederos, así como también a otros hombres (como lo atestiguan
Melquisedec y Job). Es imposible que exista una relación con Dios sin ley.
Como el modernista carece de una
fe en el Dios soberano, no puede aceptar la existencia de una ley desde el
principio. Debe plantear más bien una evolución en la conciencia propia del
hombre y un desarrollo de la ley según la experiencia del hombre con la
realidad. Como resultado, el modernista ve la ley como una codificación tardía
de la experiencia nacional de Israel. S. R. Driver, en su obra muy influyente, An Introduction to the Literature of the Old
Testament [Introducción a la literatura del Antiguo Testamento]
(1897), asumió una posición evolucionista y no hizo ningún esfuerzo por probar
su tesis; la fe del día estaba con él.
La misma posición fue dada en una
importante repetición de Robert H. Pfeiffer, en su Introduction to the Old Testament [Introducción al Antiguo Testamento] (1941). La premisa básica de
tales críticos es una ideología humanista evolucionista y filosófica.
No sorprende que con Darwin esa
fe cobrara existencia propia. El comentario de Allis en este punto es
aleccionador: Incluso un examen superficial de la literatura de la alta crítica
deja en claro que ha estado cada vez más dominada por tres grandes principios
de la teoría evolucionista:
(1)
Que el desarrollo es la explicación de todos los fenómenos,
(2)
Que este desarrollo es resultado de fuerzas latentes en el hombre sin ninguna
ayuda sobrenatural, y
(3)
Que el método «comparativo», que usa una medida naturalista, debe determinar la
naturaleza y ritmo de este desarrollo.
En la historia bíblica, debido a
que siempre la Ley es la perspectiva que se asume en cada libro del Antiguo
Testamento, el mensaje de los profetas y escritores siempre se basa en la
premisa de la Ley.
El libro de Josué, por ejemplo,
empieza con el recordatorio al pueblo de que es su privilegio y fortaleza el
que sea el pueblo de la ley, y que tienen la orientación autoritativa de Dios
(Jos 1: 7-9). Repetidas veces se les recuerda que la ley es su fuente de
fortaleza y señal de su vínculo con Dios como nación en el pacto (Jos 22: 5;
23: 1-16; 24: 1-27).
La marca individual del pacto, la
circuncisión, se cita en Josué 5 tanto como la Pascua. Las leyes del anatema y
la conquista aparecen en los caps. 6:17; 9:23 y 11:20. La división de la tierra
en términos de la ley se describe en los caps. 13: 14-33; 14: 1-15; y 17, 19; y
las ciudades de refugio en el cap. 20.
Saltando a Rut, hallamos aquí las
prácticas del rebusco, la redención de la tierra y el levirato.
El libro de Jueces es
especialmente contundente en su presuposición de la ley. Describe la apostasía
de Israel de Dios y su ley (Jue 2: 1-2, 10, 15, 17; 3: 7-8; 5: 8; 6:1, 10, 25;
10: 13, 14, etc.).
El punto central y tema de los
Jueces se indica repetidas veces (17: 6; 18: 1; 21: 25): «En estos días no
había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (21: 25). El mismo
punto es prefacio del horrible relato de la depravación en los capítulos 19 y
20 (19: 1).
La interpretación de Myers de
este enunciado es que «debido a que no
había rey en Israel no había restricción en las familias, excepto la
autoridad y costumbre tribal».
Asume que el significado es la falta de un monarca humano y la institución de la monarquía. El triste
comentario de Farrar es similar:
Esto muestra que estas
narraciones se escribieron, o más probablemente se editaron, en los días de la
monarquía. …
Hacía
lo que bien le parecía. Esta nota se añade para mostrar por qué no había interferencia
autoritativa de príncipe o gobernante que impidiera los procedimientos
idólatras o ilícitos (Dt 12: 8: «No haréis como todo lo que hacemos nosotros
aquí ahora, cada uno lo que bien le
parece»).
El hecho sorprendente en cuanto a
la ceguera de Farrar es que citó Deuteronomio 12: 8, que es parte de una
declaración del reinado de Dios y la exigencia de su ley soberana. Lo que dice
Jueces es que Israel repetidas veces se olvidó de Dios el Rey, y abandonó su
ley, para ir «tras dioses ajenos», dejando de obedecer «los mandamientos de
Jehová» (Jue 2: 17).
Dios era el legislador de Israel
tanto como Dios soberano y Rey universal y también como Rey del pacto de
Israel. El reinado humano no es la respuesta. Es más, los opresores paganos de
Israel tenían reyes humanos, e Israel mismo tenía un rey humano en una parte
del país, Abimelec (caps. 9 y 10). El reinado de Abimelec se presenta como un
aspecto de la negación del reinado de Dios.
Otro contraste vivido se traza
entre el reinado de Dios y el reinado de Jabín, rey de Canaán, que reinaba en
Hazor, cuyo capitán era Sísara (Jue 4:2). El canto de Débora nos da un cuadro
calamitoso de un Israel derrotado, cobarde y mal armado. La batalla la ganó
Dios, Rey de Israel:
«Desde los cielos pelearon las
estrellas; desde sus órbitas pelearon contra Sísara» (Jue 5:20). Dios, el Rey
universal, había usado los elementos para derrotar y destruir a los ejércitos
cananeos. Como Rey, entonces Dios derramó maldición y bendición según la
lealtad a su causa.
Maldecid a Meroz, dijo el ángel
de Jehová; maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro
de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes.
Bendita sea entre las mujeres Jael,
mujer de Heber ceneo; sobre las mujeres bendita sea en la tienda (Jue 5: 23-24).
Aquí tenemos la maldición y la
bendición de la ley pronunciada por el que dio la ley, el Rey.
Después de describir la ejecución
de Sísara a manos de Jael, Débora declaró:
La madre de Sísara se asoma a la
ventana, y por entre las celosías a voces dice: ¿Por qué tarda su carro en
venir? ¿Por qué las ruedas de sus carros se detienen?
Las más avisadas de sus damas le
respondían, y aun ella se respondía a sí misma: ¿No han hallado botín, y lo
están repartiendo? A cada uno una doncella, o dos; las vestiduras de colores
para Sísara, las vestiduras bordadas de colores; la ropa de color bordada de
ambos lados, para los jefes de los que tomaron el botín.
Así perezcan todos tus enemigos,
oh Jehová; mas los que te aman, sean como el sol cuando sale en su fuerza (Jue
5: 28-31).
El lenguaje de Débora es intenso
y gráfico. Las «doncellas» que los hombres de Sísara soñaban en poseer
literalmente quiere decir «úteros», «a cada hombre un útero o dos». Keil y
Delitzsch traducen la última parte del versículo 31 así: «Pero los que te aman
sean como la salida del sol en su fuerza», e indican que esto «es un cuadro
contundente de la exaltación de Israel a un desarrollo cada vez más glorioso de
su suerte»6. Incluso más, es un cuadro de la bendición de Dios el Rey sobre
los que le aman, sirven y obedecen.
En un salmo que celebra la ley de
Dios (Sal 19:7-14) también se cita el gobierno de Dios sobre el universo, y de
nuevo tenemos la imagen del sol que «como esposo que sale de su tálamo, se
alegra cual gigante para correr el camino» (Sal 19: 4, 5).
Es después que describe la ley y
el orden evidentes en los cielos, el firmamento, la tierra y el sol que David
gozosamente declara «La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma» (Sal
19:7).
La gloria de Dios se revela en
todo el universo por su orden legal; la misma gloria se manifiesta en el hombre
y en su mundo cuando se obedece la ley. Esta misma imagen se tiene en mente en
el canto de Débora. Debido a que Israel rechazó la ley y el gobierno de Dios, y
«cada uno hacía lo que bien le parecía», en lugar de ser comparables al sol en
su gloria entre las naciones, Israel más bien con demasiada frecuencia estuvo
cautivo de potencias extranjeras.
Volviendo a la Tora, rumbo o señalamiento,
Jesucristo se refirió a sí mismo como la Tora cuando declaró: «Yo soy el
camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Jn 14: 6).
La palabra griega que se traduce «camino» es odós, un proceder, un curso de conducta; en Hechos 13:10,
Romanos 11:33 y Apocalipsis 15:3, según Greek-English
Lexicon of the New Testament de Joseph Henry Thayer, quiere decir «los
propósitos y ordenanzas de Dios, su manera de tratar con los hombres».
El uso de «Yo soy» hace eco del
nombre divino (Éx 3:14); la referencia al «camino» habla de la ley. Jesucristo,
como Dios encarnado, también era la declaración de la justicia y ley de Dios.
Por esta frase, Cristo se declaró inseparable de la Deidad y de la ley. Él es
la Tora u orientación de Dios;
por su declaración, Cristo se hizo a sí mismo y a la ley más fácilmente
identificable.
La alternativa a Cristo y la ley
es la anarquía y la iniquidad, una vida sin significado ni dirección. Cristo es
la declaración de la orientación o ley de Dios; la ley nos señala el camino
correcto. El pecado, jamartía,
es errar el blanco; incluye moverse con rumbo correcto, pero quedarse corto, o
errar el blanco. Anomía, pecado,
es iniquidad; quiere decir moverse con un rumbo errado o negar ese rumbo.
Es anarquía. «Si decimos que no
tenemos pecado (jamartía), nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (1 Jn 1: 8). Son
los impíos los que son pecadores en el sentido de ser anti-ley, hostiles a la
orientación de Dios.
La palabra que se usa es anomos, impío o sin ley (Hch 2: 23;
2ª Ts 2: 8; 2ª P 2: 8). Sin embargo, todos los hombres que cometen pecado (jamartía) de manera habitual y al
descuido en realidad no son cristianos y andan en la impiedad (anomía). «Todo aquel que comete pecado
(jamartía, o sea, todo el que
practica pecado como una forma de vida) infringe también la ley (anomia, tales personas son en
realidad anti-ley, impías); pues el pecado (jamartía) es infracción de la ley (anomia, es la práctica de la ilegalidad)» (1ª Jn 3: 4).
Si nos dirigimos con rumbo
equivocado, la ley es una acusación, una sentencia de muerte. Si avanzamos en
la senda que Dios señala, la ley es un ayo que nos guía todos nuestros días en
el camino de justicia y verdad de Dios. Gálatas 3:24, 25 indica: «venida la fe,
ya no estamos bajo ayo» (Gá 3: 25). ¿Quiere decir esto que el fin de la ley?
Por el contrario, ahora
aprendemos a andar en el buen camino o en la ley; no de la Ley como acusación,
sino de Cristo el camino y Dios nuestro Padre. «Pues todos sois hijos de Dios
por la fe en Cristo Jesús» (Gá 3:26). El contraste no es entre ley y falta de
ley, sino entre «la vida inmadura de la esclavitud bajo un tutor [y] la vida
del hijo, con todos sus privilegios y derechos». Lutero vio la ley y el pecado como
abolidos y declaró que «si me agarro de Cristo por la fe, hasta ese punto la
ley ha sido abrogada para mí».
Esto es antinomianismo y ajeno a
San Pablo. San Pablo atacó las leyes del hombre, y las interpretaciones de la
ley hechas por el hombre, como camino de justificación; la ley nunca puede
justificar; pero sí santifica, y no hay santificación sin ley.