INTRODUCCIÓN
La Biblia no reconoce ninguna ley
como válida aparte de la ley de Dios, y esta ley es dada por revelación a los
patriarcas y a Moisés, y expuesta por los profetas, Jesucristo y los apóstoles.
Tener dos clases de leyes es
tener dos clases de dioses; no es de sorprender que el mundo antiguo, como el
actual, fuera politeísta; al tener muchas leyes, tenía muchos dioses.
Algunos negarán esto. Después de
haber adoptado un concepto griego y racionalista de ley natural, intentan
insertarlo en la religión bíblica. Lo atestigua, por ejemplo, la razón de
Melancton en Loci Communes:
Algunas leyes son leyes
naturales, otras divinas, y otras humanas. Respecto a las leyes naturales, no
he visto nada que valga la pena escrito por teólogos o expertos de la ley.
Porque cuando se proclaman las leyes naturales, es apropiado que sus fórmulas
se escojan por el método de la razón humana mediante el silogismo natural.
Todavía no he visto que nadie haya hecho esto, y no sé si acaso se pudiera
hacer, puesto que la razón humana está tan esclava y ciega; por lo menos lo ha
estado hasta ahora.
Todavía más, Pablo enseña en Ro 2:15,
en un argumento asombrosamente bueno y claro, que hay en los gentiles una
conciencia que defiende o reprueba sus acciones, y por consiguiente es ley.
Porque, ¿qué es la conciencia,
sino juzgar nuestras obras que se derivan de alguna ley o regla común? La ley
de la naturaleza, por consiguiente, es un juicio común al que todos los hombres
dan el mismo asentimiento. Esta ley que Dios ha grabado en la mente de cada uno
es apropiada para forjar la moral.
Por esta tesis, a la cual todos
los líderes de la Reforma virtualmente dieron asentimiento, se negaba la
Reforma. El hombre no regenerado, caído, incapaz de salvarse a sí mismo y
culpable de estorbar o suprimir la verdad de Dios en injusticia (Ro 1: 18), de
alguna manera es capaz de conocer una ley inherente en la naturaleza y ¡hacerla
una base «para forjar la moral»!
Examinemos ahora estas leyes de
la naturaleza que Melancton nos informa, y veamos cuán dignas son para
reemplazar la ley mosaica:
Dejo a un lado esas cosas que
tenemos en común con las bestias, el instinto de conservación, dar a luz, y
procrearnos. Estos expertos de la ley relacionan estas cosas con la ley de la
naturaleza, pero yo las llamo ciertas disposiciones naturales implantadas
comúnmente en los seres vivos.
De las leyes que pertenecen
propiamente al hombre, sin embargo, las principales parecen ser las siguientes:
1.
Se debe adorar a Dios.
2.
Como nacemos en una vida que es social, a nadie se le debe hacer daño.
3.
La sociedad humana exige que hagamos uso común de todas las cosas.
Con pensamientos como éste, ¡los
reformadores estaban atareados castrándose!
Melancton halla su;
Primera ley natural en Romanos 1 antes que en la naturaleza.
La segunda débilmente la basa en Génesis 2: 8, aunque por qué necesita un
solo versículo para respaldar su posición, habiendo descartado todos los libros
de Moisés, no nos lo dice. El cimiento «natural» para la segunda ley natural de
Melancton es el mayoritarismo.
Por consiguiente, a los que
perturban la paz pública y le hacen daño al inocente hay que coaccionarlos,
restringirlos y eliminarlos. Se debe preservar la mayoría por la remoción de
los que han hecho daño. Subsiste esta ley: «¡No hagas daño a nadie!». Pero si
alguien ha sufrido daño, hay que eliminar al responsable para que no haga daño
a más personas. Es de mayor importancia preservar a todo el grupo que a uno o
dos individuos.
Por consiguiente, al hombre que
amenaza a todo el grupo por alguna acción que hace como mal ejemplo se elimina.
Por eso hay magistraturas en el estado, por esto hay castigos para el culpable,
por esto hay guerras, a todo lo cual los expertos de la ley se refieren como la
ley de las naciones (jus gentium).
Con estas palabras Melancton unió
sus manos con Caifás, que dijo respecto a Cristo: «Nos conviene que un hombre
muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca» (Jn 11: 50). A la
persecución de los primeros cristianos, y de todas las minorías que perturban, esta
ley natural da base firme.
La tercera ley natural de Melancton condujo a un peligroso comunismo
anabaptista, y era necesario afirmar este concepto mayoritario, masivo, del
hombre, y también retener la propiedad privada, dominios principescos, universidades,
profesores y señores en sus propiedades. Como resultado, propuso «contratos» como
medio de «compartir» las cosas, así que por contrato los gobernantes podían mantener
su posición poco común de cosas comunes. Melancton como resultado «condensó»
las tres leyes básicas en cuatro y añadió un arrogante epílogo:
Basta ya en cuanto a las reglas
generales de la ley de naturaleza, que se pueden condesar de la siguiente
manera:
1.
¡Adora a Dios!
2.
Puesto que nacemos a una vida que es social, una vida compartida, no le hagas
daño a nadie sino ayuda a todos en bondad.
3.
Si es imposible que no se haga daño absolutamente a nadie, procura que el
número que recibe daño se reduzca al mínimo. Que se elimine a los que perturban
la paz pública. Para este propósito se debe establecer magistraturas y castigos
para los culpables.
4.
La propiedad se debe dividir por causa de la paz pública. Para el resto, algunos
aliviarán las necesidades de otros mediante contratos.
El que quiere hacerlo así puede
añadir a estas ideas particulares de poetas, oradores e historiadores que por
lo general tienen que ver con la ley de las naciones (jus gentium), tal como uno puede leer aquí y allá respecto al
matrimonio, el adulterio, el pago de un favor, la ingratitud, la hospitalidad, el
intercambio de propiedades, y otros asuntos de esta clase.
Pero pensé adecuado mencionar solo
las formas más comunes. Y no considere con precipitación cualquier pensamiento
de los escritores gentiles como leyes, porque muchas de sus ideas populares expresan
los afectos depravados de nuestra naturaleza y no leyes. De este tipo es el
pensamiento de Hesíodo: «Ama al que te ama, y ve con el que viene a ti. Le
damos al que nos da, y no le damos al que no nos da» (Hesíodo, Works and Days [Los trabajos y los días], pp.
353-354).
Porque en estas líneas se mide la
amistad solo por la utilidad. Así, también, es el dicho popular: «Day toma». El
enunciado de que «se debe repeler la fuerza por la fuerza» es pertinente aquí,
como eso que aparece en Ion, de
Eurípides: «Está bien que los que somos prósperos hagamos honor a la piedad,
pero cuando alguien desea tratar mal a sus enemigos, ninguna ley se interpone
en su camino».
Además, la llamada ley civil
contiene muchas cosas que son obviamente afectos humanos antes que leyes
naturales. Porque, ¿qué es más ajeno a la naturaleza que la esclavitud? Y en
algunos contratos eso que realmente importa esta injustamente escondido. Pero
más de estas cosas más tarde.
Un hombre bueno moderará las
constituciones civiles con derecho y justicia, es decir, con las leyes divinas
y las naturales. Ninguna cosa que se imponga en contra de las leyes divinas
naturales podrá ser justa. Hasta aquí en cuanto a las leyes de la naturaleza.
Defínelas con razonamiento más exacto y sutil, si puedes.
El principal propósito de la ley
de Dios por medio de Moisés parece ser convencer al hombre de pecado, de modo
que el hombre pueda entonces salvarse por gracia y pasar de la ley de Dios a la
ley natural. La salvación es en efecto de Dios a la naturaleza. «La ley exige
cosas imposibles como amar a Dios y al prójimo».
Hoy, sin embargo, «esa parte de
la ley que se llama el decálogo o los mandamientos morales han sido abrogados
por el Nuevo Testamento». Algunos de los anabaptistas practicaron lo que
Melancton predicaba pero se les aborreció por ello. El Espíritu conduce a los
cristianos «a cumplir la ley» ¡aunque la ley ahora queda abrogada!. El espíritu
Santo, por lo tanto, se ve que está más consciente de la ley que Melancton.
Melancton no era el único que
creía en este tipo de contrasentido. Bucer, en De Regno Christi, exigía un régimen totalitario como
consecuencia de su fe en la ley natural. Su consejo a Eduardo VI de Inglaterra
fue revelador, y se debe notar que Bucer citó a Platón, no a la Biblia:
Y en esto se debe ordenar,
primero, que no se debe permitir que ingrese mercadería nadie a quien los
oficiales no hayan juzgado apto para este tipo de cosas, habiendo hallado que
es santo, que ama a la comunidad antes que el interés privado, y que anhela la
sobriedad y la temperancia, es vigilante e industrioso.
En segundo lugar, que estos no
deben importar ni exportar mercadería aparte de la que Su Majestad haya
decretado. Y debe decretar que se exporten solo cosas de las cuales el pueblo
del reino tiene abundancia de modo que su exportación no pueda ser de menos
beneficio para el pueblo de este reino, para quienes estas cosas abundan, que
para quienes las llevan a países extranjeros y lucran de ellas.
Así que también no debe permitir
que ninguna mercadería se importe excepto lo que él juzga bueno para uso santo,
sobrio, y saludable de la comunidad. Finalmente, que un precio definido y justo
se establezca para artículos individuales de mercadería, lo cual se puede arreglar
fácilmente y es muy necesario (feroz es la avaricia humana) para conservar la
justicia y decencia entre los ciudadanos.
Los mismos estatutos se deben
aplicar a los vendedores y comerciantes, a cuya tarea, como es humilde y
sórdida, a nadie se debe admitir a menos que le falte capacidad o tenga alguna
incapacidad física como para dejarlo inhábil de destrezas más generales, como
fue la opinión de Platón también (Platón, República, II, p. 371 c-d.).
Pronunciaron blasfemia y la
llamaron reforma. Dejaron a un lado la ley de Dios por la racionalización del
hombre y la declararon ley superior para hombres y naciones.
Bucer, que había cambiado la ley
de Dios por Platón, siguió hablando santurronamente de la ley de Dios y
transfirió sus premisas morales a la ley natural del hombre:
Por cuanto hemos sido liberados
de las enseñanzas de Moisés por Cristo el Señor, ya no es necesario que
observemos los decretos civiles de la ley mosaica, es decir, según la forma y
circunstancias en las cuales se describen; en particular, de la forma y
circunstancias en que son descritos; no obstante, en lo que se refiere a la
sustancia y el fin en sí de esos mandamientos, y en especial aquellos que
contienen las disciplinas necesarias para el bien común, quienquiera que no
reconozca que tales mandamientos se deben observar a conciencia, no estará
atribuyendo a Dios ni sabiduría suprema ni una atención justa de nuestra
salvación.
La principal función de esta
reintroducción de la Ley mosaica es apuntalar el poder del Estado con la pena
de muerte, el deber de la obediencia y cosas parecidas.
Hemos visto que Melancton estaba
tan orgulloso de su formulación de la ley natural que arrogantemente declaró:
«Defínelas con razonamiento más exacto y sutil si puedes». Muchos hicieron
precisamente eso. Todo hombre tenía su propia ley natural en su naturaleza
caída. El siglo 18 y el deísmo, y en el siglo 20 Lenny Bruce y los hippies,
coincidieron con el poeta Pope al afirmar:
«Lo que sea, está bien». Todo en
la naturaleza, todo delito y toda perversión, era, según el Marqués de Sade,
una ley de la naturaleza; la única violación de la ley natural era para él la
religión cristiana. Así, en dondequiera que se ha sostenido la naturaleza como la
fuente de la ley, la ley ha acabado reflejando o siendo idéntica al pecado del hombre.
¿Cómo relaciona la Biblia la ley
y la naturaleza? El Salmo 1 es una declaración tan clara como cualquiera.
Cuando habla de la ley, quiere decir «la ley mosaica».
Jackman traduce el versículo 1 de
esta manera: «Bienaventurado es el que no anda en el consejo de los inicuos, ni
está en el camino de los sin ley, ni se sienta en la silla de los
escarnecedores». En los versículos 4-6, «impíos» también se traduce «inicuos».
El que se deleita en la ley del Señor, la ley bíblica, es «como árbol plantado
junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo» (v. 3). Nótese el
claro vínculo entre la obediencia a la ley bíblica y la prosperidad en el mundo
natural.
Es en la ley sobrenatural de Dios
revelada en la que el santo medita y obedece, y eso quiere decir un florecimiento
natural en la tierra. Tener las raíces en la ley revelada de Dios es tener
raíces en el mundo natural de Dios, porque como Dios lo creó, ese mundo
responde de manera total a los mismos propósitos de Su palabra.
Pero eso no es todo. El Salmo deja
en claro también que la mejor, si acaso no la única manera de tener las raíces de uno en el mundo natural es
estar firmemente arraigado en la ley sobrenatural de Dios. «Y su hoja no cae; Y
todo lo que hace, prosperará». Pero con los malos según Jackman, los sin ley,
los que niegan la ley de Dios no será así. Estos «son como el tamo que arrebata
el viento» (v. 4).
No estar arraigado en Dios quiere
decir estar sin raíces en el mundo, y no ser mejor que tamo, que el primer
viento adverso se lleva.
EL
MUNDO NATURAL QUE NOS RODEA ESTÁ GOBERNADO TOTALMENTE POR DIOS Y SU LEY.
Hay leyes que operan en el mundo
natural y sobre él: leyes de biología, física, y otras similares, pero nunca
como sistemas cerrados. Cuando y donde se niega la ley revelada de Dios, se niegan
también en última instancia el decreto y ley absolutos de Dios en el mundo
natural. Es imposible elaborar una filosofía de la ley natural; se desvanece en
nada. Lo mismo se aplica a los sustitutos modernos de la ley natural que pasan
con el nombre de gracia común. Si se niega al Dios soberano y trino, también se
niega en la práctica toda ley en todas partes.
La Biblia, pues, aunque no es un
libro de texto de física o biología, es también básica para la física y la
biología. Sin el Dios soberano de las Escrituras y su Palabra y Ley, no puede
existir ninguna ciencia, ni hecho, ni aprendizaje. Ningún hecho existe en sí
mismo y por sí mismo. Como Van Til ha dicho muy bien, toda la realidad es
reveladora de Dios y no se puede entender a cabalidad separada de Él. «Si Dios
existe, no hay realidad bruta; si Dios existe, nuestro estudio de los hechos
debe ser el esfuerzo de conocerlos como Dios quiere que los conozcamos.
Debemos tratar de pensar los
pensamientos de Dios como él. Asumir que hay realidades brutas es dar por
sentado que Dios no existe».
Por consiguiente, debido a que Dios existe, no hay
realidad debatible, ni ninguna ley debatible (un concepto imposible), en ese
mundo de autenticidad debatible.
La filosofía de la ley natural
trata de hallar leyes debatibles en un mundo de realidades debatibles, es
decir, de leyes que en última instancia no tienen significado en un mundo de
hechos que en primera y en última instancia no tienen sentido. Los filósofos de
la ley natural intentan presentarnos el mundo de Dios sin el Dios de las
Escrituras y sin la ley de las Escrituras, y logran solo presentarnos especímenes
de sí mismos.
La única forma sostenible de
abordar las leyes que operan sobre el mundo y dentro del mundo natural es
mediante la Palabra y Ley sobrenatural de Dios. Si no quieren tener a Moisés,
tampoco tendrán a este mundo ni ninguna ley en él.
La decisión, pues, no es entre la
ley bíblica y la ley natural; es entre la ley y la falta de ley. Rechazar a
Moisés es rechazar al Dios de Moisés.
Reducido a escoger entre Moisés y
Platón, la decisión de Bucer fue muy lamentable.
Teniendo la ley revelada de Dios,
¿por qué elaborar una ley moral y civil partiendo de los elementos caídos y
pervertidos de la mente humana?
Los hombres escogen buscar un
cimiento en el hombre debido a que buscan un terreno común con todos los
hombres y toda realidad fuera de Dios. Quieren evitar lo que llaman un «sistema
“sectario” de pensamiento». Declaran que la necesidad es de «filosofía perennis», una filosofía
común para todos los hombres como hombres, aparte de las consideraciones
teológicas. Por este medio estos pensadores dicen que pueden establecer todas
las verdades de la religión bíblica de una manera racional, que satisfaga a
todos los hombres.
Así, en lugar de una revelación excluyente
o parroquial, se puede establecer un terreno mejor, común, se dice. En tal
filosofía el estado, en lugar de ministro de justicia ordenado por Dios, se
vuelve «una institución “natural”», producto del «ser “social”», del hombre.
Como el hombre vive socialmente, los conflictos surgen debido a deseos
variados.
Claro, allí surge la necesidad de
alguna componenda; se deben resolver las diferencias de los individuos;
alguien, o algún grupo selecto para deliberar y hablar por toda la comunidad,
tiene que tomar las decisiones. Y así surge la institución de la autoridad: de
manera natural y clara que Dios dio de origen como la naturaleza social del
hombre en sí misma.
Tal filosofía de la ley natural
no hace descansar la autoridad en un Dios absoluto, ni en una ley absoluta,
sino en el acomodo. La base de la autoridad es el relativismo; acomodo, la
negación de la verdad.
Esta filosofía de la ley natural
descansa en lo supremo de la mente del hombre y su apelación a una racionalidad
común en todos los hombres. Pero el hombre caído usa su razón como instrumento
en su guerra contra Dios, y así el aspecto común de la racionalidad de los
apóstatas es la determinación de excluir al Dios soberano de las Escrituras.
Pero si el hombre natural, sin la
fe salvadora, puede abrirse camino a Dios y a una ley universal, no necesita a
Dios ni la ley de Dios; tampoco necesita a la Biblia, ni a los teólogos, ni
ninguna revelación de Dios; el hombre en sí mismo es, entonces, el principio de
la revelación y la verdad, la fuente ambulante de la ley.
En donde prevalecen la ley
natural y la teología natural o sus variantes modernas de gracia común, allí a
la iglesia le quedan opciones muy limitadas. Puede convertirse en la sirvienta
del estado y trabajar por la acción social, o puede abandonar el mundo mediante
el pietismo y misticismo. En cualquier caso, no queda Dios aparte del hombre.
La fuente de la ley también es la
ubicación del dios de cualquier sistema, y si se ubica la ley en la
racionalidad del hombre, el hombre es el dios de esa filosofía.
No sorprende entonces que el
pensamiento occidental, al adoptar una base de ley natural para sus órdenes
sociales, primero vea a la ley como lógica,
un aspecto de la racionalidad del hombre, y después como experiencia, un aspecto de la existencia
del hombre. Y, ¿qué quiere decir experiencia? «Las mismas consideraciones que
los jueces rara vez mencionan, y siempre pidiendo disculpas, son las raíces
secretas de las cuales la ley deriva toda la savia de la vida.
Quiero decir, por supuesto,
consideraciones de lo que es conveniente para la comunidad interesada». La ley
natural empezó con la transigencia, y
termina con lo conveniente, sin
llegar a ninguna parte después de mucho esfuerzo. En el proceso de quedarse
quieta, ha logrado algo: ha perdido la verdad y la autoridad, y no le queda
ningún terreno común, porque la experiencia y la conveniencia de todo hombre es
su mundo privado de compromiso.
Todo hombre se convierte en su
propio mundo de ley, su propio campo de experiencia, y su propio criterio de
conveniencia.
La filosofía de la ley natural
empieza «en la suposición de que el modo no cristiano de razonamiento es el
único modo posible de razonamiento». Como Van Til observó además,
contendiendo contra la propia filosofía al presentarse como una doctrina de la
gracia común:
Una doctrina de la gracia común
que se elabora como para apelar una vez más a un territorio neutral entre
creyentes y no creyentes está, precisamente como la antigua apologética de
Princeton, en línea con un tipo romanista de teología natural. ¿Por qué
debemos, entonces, alegar que tenemos algo único?
Y, ¿por qué debemos, alegar que
tenemos una base sólida para la ciencia? Nada que no sea una doctrina
calvinista de la providencia todo controladora de Dios, y del carácter indeleblemente
revelador de todo hecho del universo creado, puede proveer un cimiento
verdadero para la ciencia.
Y, ¿cómo podemos alegar que
podemos hacer buen uso de los resultados de los esfuerzos científicos de
científicos no cristianos, sí, parándonos en base esencialmente romanista, no
podemos ni siquiera hacer buen uso de nuestros propios esfuerzos?
¿Por qué vivimos en un mundo
ilusorio, engañándonos nosotros mismos y presentando una pretensión falsa ante
el mundo? La percepción de la ciencia:
(a)
presupone la autonomía del hombre
(b)
presupone un carácter no creado, sino controlado por el azar de los hechos
(c)
presupone que las leyes no descansan en Dios, sino en alguna otra parte del
universo.
Ahora bien, si desarrollamos una
doctrina de la gracia común en línea con las enseñanzas de Hepp respecto al
testimonio general del Espíritu, estamos incorporando en nuestro edificio
científico las mismas fuerzas de destrucción contra las cuales ese testimonio
está destinado a marchar.
El único verdadero terreno común
está en Dios, o sea, en el hecho de que Él creó y gobierna todas las cosas, así
que todas las cosas lo revelan a Él. La comprensión de todas las cosas empieza
por consiguiente en Él, la sumisión del hombre al juicio, la salvación y la
Palabra y Ley de Dios. Van Til, al argumentar contra las opiniones de
Masselink, dirigente reformado, observó:
Pero he argumentado ampliamente,
sobre todo contra Barth, que la imagen de Dios en el hombre tiene un contenido
de conocimiento verdadero. El hombre no empieza en el curso de la historia con
solamente la capacidad de conocer a Dios. Por el contrario, empieza su curso
con un conocimiento verdadero de
Dios. Es más, ni siquiera puede erradicar este conocimiento de Dios. Es este
hecho lo que hace que el pecado sea pecado «contra mejor conocimiento».
La teología católica romana
piensa en la criatura empezando, por así decirlo, en los límites del no-ser.
Según la teología romana, hay en el hombre, así como en la realidad creada en
general, una tendencia inherente a volver a hundirse en la inexistencia. De
aquí la necesidad de ayuda sobrenatural desde el principio de la existencia del
hombre. Hay en la teología romana una confusión entre los aspectos metafísicos
y éticos del ser del hombre.
La tendencia destructiva del
pecado no se ve en una disminución gradual de la racionalidad y moralidad del
hombre. El hombre no es menos una criatura moral racional de Dios que lo que
era cuando le da las espaldas a Dios y aborrece a su hacedor. Por consiguiente,
cuando Dios le da al hombre su gracia, su gracia salvadora, esta no reinstaura
su racionalidad y moralidad.
Reinstaura su verdadero conocimiento, justicia y
santidad (Col 3: 10; Ef 4: 29). Restaura al hombre éticamente, no metafísicamente. De la misma forma, si decimos
que la gracia común es lo que tiene que ver con la restricción del pecado, es
una función ética y no metafísica la que ejecuta.
No mantiene, como el Dr.
Masselink parece aducir, las características creadoras del hombre. No sustenta
la imagen de Dios en «el sentido más amplio» de la racionalidad y moralidad del
hombre. Impide que el hombre, que será racional de todas maneras, exprese su
hostilidad contra Dios en el campo de conocimiento, de tal manera que hace
imposible que por sí mismo destruya el conocimiento.
Y al restringirlo en su
hostilidad ética contra Dios, Dios libera sus poderes de criatura para que
pueda hacer contribuciones positivas al campo del conocimiento y el arte. De
manera parecida, al restringirle en su expresión de hostilidad ética contra Dios,
hay una liberación dentro de él de sus poderes morales, de modo que pueda
ejecutar lo bueno «moralmente» aunque no espiritualmente.
Como constitutivos de la
racionalidad y moralidad del hombre, estos poderes no han disminuido a pesar
del pecado. El hombre no puede ser amoral.
Pero por el pecado el hombre ha caído éticamente; se volvió hostil a
Dios. Y la gracia común es el medio por el que Dios impide que el hombre
exprese el principio de
hostilidad a su pleno alcance, así capacitando al hombre a hacer lo
«relativamente bueno».
Van Til ha sugerido «gracias
creativa» como término mejor que «gracia común».
Por cierto que el término «gracia
común», que ha venido a ser una marca del humanismo y la guerra contra Dios, se
debe abandonar como término bastardo, al unir ilegítimamente dos conceptos
extraños.
En breve, empezar con cualquier
cosa que no sea la ley de Dios como el único cimiento del orden social es
terminar sin ninguna ley y solo con la regla de la lógica y experiencia del
hombre.
Por tanto, las leyes de la
física, la economía, la biología, y toda otra ciencia y estudio, se basan
firmemente en el decreto eterno de Dios; porque el poder predestinador y
soberano de Dios es total, hay leyes en todo ámbito. Estas leyes se derivan, no
de la «naturaleza» sino de Dios. Cuando se niega el decreto eterno, también se
niegan las leyes, y estas gradualmente se agotan.
Fue el humanismo de la
Ilustración el que desarrolló la filosofía de la ley natural como alternativa
al Dios soberano y predestinador de las Escrituras. Más tarde sus herederos
atacaron el concepto de la ley natural porque señalaba a Dios; les era mejor
eliminar toda ley y no dejar ningún letrero que señalara a Dios, ninguna evidencia
de diseño en el universo que hablara de su Creador. El mundo estaba lis- to
para aceptar a Darwin y un universo ciego, sin ley, que evoluciona, para
escapar de un Dios cuya ley gobernaba toda la realidad.
El concepto de la «ley natural
inherente se interpuso entre la
naturaleza y Dios y se concibió como independiente de todo legislador externo
para su validez y operación». Al aceptar la ley natural como sustituto de Dios,
la Ilustración lo vio progresivamente en términos mecanicista.
«La realidad ya no era primordialmente
una cuestión de voluntad y propósito personales». Se comparó el universo con un
mecanismo de reloj.
Sin embargo, nada es menos
desacertado desde el punto de vista cristiano que la comparación del universo
con un reloj. Este potaje por el cual se cambió la primogenitura bíblica fue
una sustitución del propósito con el diseño, abandonar el concepto de meta por
un conglomerado de fines mecánicos expresados en términos filosóficos de orden,
belleza, armonía y perfección. Los argumentos de diseño apuntan hacia atrás a
la creación, y no hacia adelante a una consumación.
Grocio, el arquetipo del
humanismo, desarrolló la distinción entre la ley de Dios y la ley de la
naturaleza, en la cual la naturaleza incluía al hombre y su historia. El
resultado de esta distinción entre la Providencia y los procesos de la vida e
historia fue que allí surgió la posibilidad de moldear la vida y la historia
aparte de cualquier ley de Dios. Y este era un fin deseable, puesto que la ley
de Dios permitía las guerras y los desastres.
El modelo de la historia según la
ley natural apuntaba hacia la idea de progreso y ejercía efecto directo sobre
la cuestión de una escatología. El hombre ganaría su propia salvación, pero en
un sentido radicalmente diferente al significado de la palabra bíblica, y por
supuesto, sin temor ni temblor (Fil 2: 12).
Como resultado de este
razonamiento, la ley de la naturaleza, que en la antigüedad pagana era la ley
de las naciones, volvió a ser la ley de las naciones, la ley del hombre. Puesto
que ni Dios ni la naturaleza habían eliminado las guerras, el hombre, el nuevo
dios y legislador, moldearía a las naciones y a todos los hombres para eliminar
las guerras.
El gobierno general [Providencia
general] y particular [Providencia específica] de Dios sería reemplazado por el
gobierno general y particular del hombre.
La Providencia general de Dios
establece al hombre en un marco de ley total; la Providencia específica de Dios
tiene en cuenta toda necesidad, y ni un solo cabello cae sin su cuidado y
supervisión soberanos. El nuevo estado soberano trabaja para envolvernos en un
marco progresivamente total de ley, y para vigilarnos con su red de supervisión
particular.
El editor principal de un
importante periódico estadounidense dio su aprobación a esta invasión radical
de privacidad por parte del gobierno total del estado moderno en un editorial
principal:
Conforme la tecnología cada vez
más despersonaliza y deshumaniza nuestra vida, está brotando en nosotros una
necesidad de reasegurar lo que es más básico y vital en nosotros, nuestros
instintos. Todavía más, la tecnología está arrastrándonos a una época en donde
la privacidad está llegando a ser literalmente imposible.
Está llegando a ser imposible por
un lado, debido a la pura densidad de población, y, por lado, debido al rápido
avance de los medios técnicos de vigilancia en una civilización cuyas
sociedades es obvio que pretenden mantener a todos los individuos bajo
vigilancia constante.
Nuestra necesidad primordial,
pues, está despuntando: la necesidad de morar, más o menos como seres humanos,
en una sociedad en la cual la privacidad no se discute. Nuestra respuesta al
parecer va a ser adoptar un modo de vida en la cual la privacidad ya no se
considere necesaria.
Así que sospecho que la relación
sexual pública se debe ver como la ola del futuro.
La ley natural siempre acaba como
la ley del estado, y un estado anticristiano encima de eso.