3. LEY NATURAL Y SOBRENATURAL

INTRODUCCIÓN

La Biblia no reconoce ninguna ley como válida aparte de la ley de Dios, y esta ley es dada por revelación a los patriarcas y a Moisés, y expuesta por los profetas, Jesucristo y los apóstoles.
Tener dos clases de leyes es tener dos clases de dioses; no es de sorprender que el mundo antiguo, como el actual, fuera politeísta; al tener muchas leyes, tenía muchos dioses.
Algunos negarán esto. Después de haber adoptado un concepto griego y racionalista de ley natural, intentan insertarlo en la religión bíblica. Lo atestigua, por ejemplo, la razón de Melancton en Loci Communes:
Algunas leyes son leyes naturales, otras divinas, y otras humanas. Respecto a las leyes naturales, no he visto nada que valga la pena escrito por teólogos o expertos de la ley. Porque cuando se proclaman las leyes naturales, es apropiado que sus fórmulas se escojan por el método de la razón humana mediante el silogismo natural. Todavía no he visto que nadie haya hecho esto, y no sé si acaso se pudiera hacer, puesto que la razón humana está tan esclava y ciega; por lo menos lo ha estado hasta ahora.
Todavía más, Pablo enseña en Ro 2:15, en un argumento asombrosamente bueno y claro, que hay en los gentiles una conciencia que defiende o reprueba sus acciones, y por consiguiente es ley.
Porque, ¿qué es la conciencia, sino juzgar nuestras obras que se derivan de alguna ley o regla común? La ley de la naturaleza, por consiguiente, es un juicio común al que todos los hombres dan el mismo asentimiento. Esta ley que Dios ha grabado en la mente de cada uno es apropiada para forjar la moral.
Por esta tesis, a la cual todos los líderes de la Reforma virtualmente dieron asentimiento, se negaba la Reforma. El hombre no regenerado, caído, incapaz de salvarse a sí mismo y culpable de estorbar o suprimir la verdad de Dios en injusticia (Ro 1: 18), de alguna manera es capaz de conocer una ley inherente en la naturaleza y ¡hacerla una base «para forjar la moral»!
Examinemos ahora estas leyes de la naturaleza que Melancton nos informa, y veamos cuán dignas son para reemplazar la ley mosaica:
Dejo a un lado esas cosas que tenemos en común con las bestias, el instinto de conservación, dar a luz, y procrearnos. Estos expertos de la ley relacionan estas cosas con la ley de la naturaleza, pero yo las llamo ciertas disposiciones naturales implantadas comúnmente en los seres vivos.
De las leyes que pertenecen propiamente al hombre, sin embargo, las principales parecen ser las siguientes:
1. Se debe adorar a Dios.
2. Como nacemos en una vida que es social, a nadie se le debe hacer daño.
3. La sociedad humana exige que hagamos uso común de todas las cosas.
Con pensamientos como éste, ¡los reformadores estaban atareados castrándose!
Melancton halla su;
Primera ley natural en Romanos 1 antes que en la naturaleza.
La segunda débilmente la basa en Génesis 2: 8, aunque por qué necesita un solo versículo para respaldar su posición, habiendo descartado todos los libros de Moisés, no nos lo dice. El cimiento «natural» para la segunda ley natural de Melancton es el mayoritarismo.
Por consiguiente, a los que perturban la paz pública y le hacen daño al inocente hay que coaccionarlos, restringirlos y eliminarlos. Se debe preservar la mayoría por la remoción de los que han hecho daño. Subsiste esta ley: «¡No hagas daño a nadie!». Pero si alguien ha sufrido daño, hay que eliminar al responsable para que no haga daño a más personas. Es de mayor importancia preservar a todo el grupo que a uno o dos individuos.
Por consiguiente, al hombre que amenaza a todo el grupo por alguna acción que hace como mal ejemplo se elimina. Por eso hay magistraturas en el estado, por esto hay castigos para el culpable, por esto hay guerras, a todo lo cual los expertos de la ley se refieren como la ley de las naciones (jus gentium).
Con estas palabras Melancton unió sus manos con Caifás, que dijo respecto a Cristo: «Nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca» (Jn 11: 50). A la persecución de los primeros cristianos, y de todas las minorías que perturban, esta ley natural da base firme.
La tercera ley natural de Melancton condujo a un peligroso comunismo anabaptista, y era necesario afirmar este concepto mayoritario, masivo, del hombre, y también retener la propiedad privada, dominios principescos, universidades, profesores y señores en sus propiedades. Como resultado, propuso «contratos» como medio de «compartir» las cosas, así que por contrato los gobernantes podían mantener su posición poco común de cosas comunes. Melancton como resultado «condensó» las tres leyes básicas en cuatro y añadió un arrogante epílogo:
Basta ya en cuanto a las reglas generales de la ley de naturaleza, que se pueden condesar de la siguiente manera:
1. ¡Adora a Dios!
2. Puesto que nacemos a una vida que es social, una vida compartida, no le hagas daño a nadie sino ayuda a todos en bondad.
3. Si es imposible que no se haga daño absolutamente a nadie, procura que el número que recibe daño se reduzca al mínimo. Que se elimine a los que perturban la paz pública. Para este propósito se debe establecer magistraturas y castigos para los culpables.
4. La propiedad se debe dividir por causa de la paz pública. Para el resto, algunos aliviarán las necesidades de otros mediante contratos.
El que quiere hacerlo así puede añadir a estas ideas particulares de poetas, oradores e historiadores que por lo general tienen que ver con la ley de las naciones (jus gentium), tal como uno puede leer aquí y allá respecto al matrimonio, el adulterio, el pago de un favor, la ingratitud, la hospitalidad, el intercambio de propiedades, y otros asuntos de esta clase.
Pero pensé adecuado mencionar solo las formas más comunes. Y no considere con precipitación cualquier pensamiento de los escritores gentiles como leyes, porque muchas de sus ideas populares expresan los afectos depravados de nuestra naturaleza y no leyes. De este tipo es el pensamiento de Hesíodo: «Ama al que te ama, y ve con el que viene a ti. Le damos al que nos da, y no le damos al que no nos da» (Hesíodo, Works and Days [Los trabajos y los días], pp. 353-354).
Porque en estas líneas se mide la amistad solo por la utilidad. Así, también, es el dicho popular: «Day toma». El enunciado de que «se debe repeler la fuerza por la fuerza» es pertinente aquí, como eso que aparece en Ion, de Eurípides: «Está bien que los que somos prósperos hagamos honor a la piedad, pero cuando alguien desea tratar mal a sus enemigos, ninguna ley se interpone en su camino».
Además, la llamada ley civil contiene muchas cosas que son obviamente afectos humanos antes que leyes naturales. Porque, ¿qué es más ajeno a la naturaleza que la esclavitud? Y en algunos contratos eso que realmente importa esta injustamente escondido. Pero más de estas cosas más tarde.
Un hombre bueno moderará las constituciones civiles con derecho y justicia, es decir, con las leyes divinas y las naturales. Ninguna cosa que se imponga en contra de las leyes divinas naturales podrá ser justa. Hasta aquí en cuanto a las leyes de la naturaleza. Defínelas con razonamiento más exacto y sutil, si puedes.
El principal propósito de la ley de Dios por medio de Moisés parece ser convencer al hombre de pecado, de modo que el hombre pueda entonces salvarse por gracia y pasar de la ley de Dios a la ley natural. La salvación es en efecto de Dios a la naturaleza. «La ley exige cosas imposibles como amar a Dios y al prójimo».
Hoy, sin embargo, «esa parte de la ley que se llama el decálogo o los mandamientos morales han sido abrogados por el Nuevo Testamento». Algunos de los anabaptistas practicaron lo que Melancton predicaba pero se les aborreció por ello. El Espíritu conduce a los cristianos «a cumplir la ley» ¡aunque la ley ahora queda abrogada!. El espíritu Santo, por lo tanto, se ve que está más consciente de la ley que Melancton.
Melancton no era el único que creía en este tipo de contrasentido. Bucer, en De Regno Christi, exigía un régimen totalitario como consecuencia de su fe en la ley natural. Su consejo a Eduardo VI de Inglaterra fue revelador, y se debe notar que Bucer citó a Platón, no a la Biblia:
Y en esto se debe ordenar, primero, que no se debe permitir que ingrese mercadería nadie a quien los oficiales no hayan juzgado apto para este tipo de cosas, habiendo hallado que es santo, que ama a la comunidad antes que el interés privado, y que anhela la sobriedad y la temperancia, es vigilante e industrioso.
En segundo lugar, que estos no deben importar ni exportar mercadería aparte de la que Su Majestad haya decretado. Y debe decretar que se exporten solo cosas de las cuales el pueblo del reino tiene abundancia de modo que su exportación no pueda ser de menos beneficio para el pueblo de este reino, para quienes estas cosas abundan, que para quienes las llevan a países extranjeros y lucran de ellas.
Así que también no debe permitir que ninguna mercadería se importe excepto lo que él juzga bueno para uso santo, sobrio, y saludable de la comunidad. Finalmente, que un precio definido y justo se establezca para artículos individuales de mercadería, lo cual se puede arreglar fácilmente y es muy necesario (feroz es la avaricia humana) para conservar la justicia y decencia entre los ciudadanos.
Los mismos estatutos se deben aplicar a los vendedores y comerciantes, a cuya tarea, como es humilde y sórdida, a nadie se debe admitir a menos que le falte capacidad o tenga alguna incapacidad física como para dejarlo inhábil de destrezas más generales, como fue la opinión de Platón también (Platón, República, II, p. 371 c-d.).
Pronunciaron blasfemia y la llamaron reforma. Dejaron a un lado la ley de Dios por la racionalización del hombre y la declararon ley superior para hombres y naciones.
Bucer, que había cambiado la ley de Dios por Platón, siguió hablando santurronamente de la ley de Dios y transfirió sus premisas morales a la ley natural del hombre:
Por cuanto hemos sido liberados de las enseñanzas de Moisés por Cristo el Señor, ya no es necesario que observemos los decretos civiles de la ley mosaica, es decir, según la forma y circunstancias en las cuales se describen; en particular, de la forma y circunstancias en que son descritos; no obstante, en lo que se refiere a la sustancia y el fin en sí de esos mandamientos, y en especial aquellos que contienen las disciplinas necesarias para el bien común, quienquiera que no reconozca que tales mandamientos se deben observar a conciencia, no estará atribuyendo a Dios ni sabiduría suprema ni una atención justa de nuestra salvación.
La principal función de esta reintroducción de la Ley mosaica es apuntalar el poder del Estado con la pena de muerte, el deber de la obediencia y cosas parecidas.
Hemos visto que Melancton estaba tan orgulloso de su formulación de la ley natural que arrogantemente declaró: «Defínelas con razonamiento más exacto y sutil si puedes». Muchos hicieron precisamente eso. Todo hombre tenía su propia ley natural en su naturaleza caída. El siglo 18 y el deísmo, y en el siglo 20 Lenny Bruce y los hippies, coincidieron con el poeta Pope al afirmar:
«Lo que sea, está bien». Todo en la naturaleza, todo delito y toda perversión, era, según el Marqués de Sade, una ley de la naturaleza; la única violación de la ley natural era para él la religión cristiana. Así, en dondequiera que se ha sostenido la naturaleza como la fuente de la ley, la ley ha acabado reflejando o siendo idéntica al pecado del hombre.
¿Cómo relaciona la Biblia la ley y la naturaleza? El Salmo 1 es una declaración tan clara como cualquiera. Cuando habla de la ley, quiere decir «la ley mosaica».
Jackman traduce el versículo 1 de esta manera: «Bienaventurado es el que no anda en el consejo de los inicuos, ni está en el camino de los sin ley, ni se sienta en la silla de los escarnecedores». En los versículos 4-6, «impíos» también se traduce «inicuos». El que se deleita en la ley del Señor, la ley bíblica, es «como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo» (v. 3). Nótese el claro vínculo entre la obediencia a la ley bíblica y la prosperidad en el mundo natural.
Es en la ley sobrenatural de Dios revelada en la que el santo medita y obedece, y eso quiere decir un florecimiento natural en la tierra. Tener las raíces en la ley revelada de Dios es tener raíces en el mundo natural de Dios, porque como Dios lo creó, ese mundo responde de manera total a los mismos propósitos de Su palabra.
Pero eso no es todo. El Salmo deja en claro también que la mejor, si acaso no la única manera de tener las raíces de uno en el mundo natural es estar firmemente arraigado en la ley sobrenatural de Dios. «Y su hoja no cae; Y todo lo que hace, prosperará». Pero con los malos según Jackman, los sin ley, los que niegan la ley de Dios no será así. Estos «son como el tamo que arrebata el viento» (v. 4).
No estar arraigado en Dios quiere decir estar sin raíces en el mundo, y no ser mejor que tamo, que el primer viento adverso se lleva.

EL MUNDO NATURAL QUE NOS RODEA ESTÁ GOBERNADO TOTALMENTE POR DIOS Y SU LEY.

Hay leyes que operan en el mundo natural y sobre él: leyes de biología, física, y otras similares, pero nunca como sistemas cerrados. Cuando y donde se niega la ley revelada de Dios, se niegan también en última instancia el decreto y ley absolutos de Dios en el mundo natural. Es imposible elaborar una filosofía de la ley natural; se desvanece en nada. Lo mismo se aplica a los sustitutos modernos de la ley natural que pasan con el nombre de gracia común. Si se niega al Dios soberano y trino, también se niega en la práctica toda ley en todas partes.
La Biblia, pues, aunque no es un libro de texto de física o biología, es también básica para la física y la biología. Sin el Dios soberano de las Escrituras y su Palabra y Ley, no puede existir ninguna ciencia, ni hecho, ni aprendizaje. Ningún hecho existe en sí mismo y por sí mismo. Como Van Til ha dicho muy bien, toda la realidad es reveladora de Dios y no se puede entender a cabalidad separada de Él. «Si Dios existe, no hay realidad bruta; si Dios existe, nuestro estudio de los hechos debe ser el esfuerzo de conocerlos como Dios quiere que los conozcamos.
Debemos tratar de pensar los pensamientos de Dios como él. Asumir que hay realidades brutas es dar por sentado que Dios no existe».
Por consiguiente, debido a que Dios existe, no hay realidad debatible, ni ninguna ley debatible (un concepto imposible), en ese mundo de autenticidad debatible.
La filosofía de la ley natural trata de hallar leyes debatibles en un mundo de realidades debatibles, es decir, de leyes que en última instancia no tienen significado en un mundo de hechos que en primera y en última instancia no tienen sentido. Los filósofos de la ley natural intentan presentarnos el mundo de Dios sin el Dios de las Escrituras y sin la ley de las Escrituras, y logran solo presentarnos especímenes de sí mismos.
La única forma sostenible de abordar las leyes que operan sobre el mundo y dentro del mundo natural es mediante la Palabra y Ley sobrenatural de Dios. Si no quieren tener a Moisés, tampoco tendrán a este mundo ni ninguna ley en él.
La decisión, pues, no es entre la ley bíblica y la ley natural; es entre la ley y la falta de ley. Rechazar a Moisés es rechazar al Dios de Moisés.
Reducido a escoger entre Moisés y Platón, la decisión de Bucer fue muy lamentable.
Teniendo la ley revelada de Dios, ¿por qué elaborar una ley moral y civil partiendo de los elementos caídos y pervertidos de la mente humana?
Los hombres escogen buscar un cimiento en el hombre debido a que buscan un terreno común con todos los hombres y toda realidad fuera de Dios. Quieren evitar lo que llaman un «sistema “sectario” de pensamiento». Declaran que la necesidad es de «filosofía perennis», una filosofía común para todos los hombres como hombres, aparte de las consideraciones teológicas. Por este medio estos pensadores dicen que pueden establecer todas las verdades de la religión bíblica de una manera racional, que satisfaga a todos los hombres.
Así, en lugar de una revelación excluyente o parroquial, se puede establecer un terreno mejor, común, se dice. En tal filosofía el estado, en lugar de ministro de justicia ordenado por Dios, se vuelve «una institución “natural”», producto del «ser “social”», del hombre. Como el hombre vive socialmente, los conflictos surgen debido a deseos variados.
Claro, allí surge la necesidad de alguna componenda; se deben resolver las diferencias de los individuos; alguien, o algún grupo selecto para deliberar y hablar por toda la comunidad, tiene que tomar las decisiones. Y así surge la institución de la autoridad: de manera natural y clara que Dios dio de origen como la naturaleza social del hombre en sí misma.
Tal filosofía de la ley natural no hace descansar la autoridad en un Dios absoluto, ni en una ley absoluta, sino en el acomodo. La base de la autoridad es el relativismo; acomodo, la negación de la verdad.
Esta filosofía de la ley natural descansa en lo supremo de la mente del hombre y su apelación a una racionalidad común en todos los hombres. Pero el hombre caído usa su razón como instrumento en su guerra contra Dios, y así el aspecto común de la racionalidad de los apóstatas es la determinación de excluir al Dios soberano de las Escrituras.
Pero si el hombre natural, sin la fe salvadora, puede abrirse camino a Dios y a una ley universal, no necesita a Dios ni la ley de Dios; tampoco necesita a la Biblia, ni a los teólogos, ni ninguna revelación de Dios; el hombre en sí mismo es, entonces, el principio de la revelación y la verdad, la fuente ambulante de la ley.
En donde prevalecen la ley natural y la teología natural o sus variantes modernas de gracia común, allí a la iglesia le quedan opciones muy limitadas. Puede convertirse en la sirvienta del estado y trabajar por la acción social, o puede abandonar el mundo mediante el pietismo y misticismo. En cualquier caso, no queda Dios aparte del hombre.
La fuente de la ley también es la ubicación del dios de cualquier sistema, y si se ubica la ley en la racionalidad del hombre, el hombre es el dios de esa filosofía.
No sorprende entonces que el pensamiento occidental, al adoptar una base de ley natural para sus órdenes sociales, primero vea a la ley como lógica, un aspecto de la racionalidad del hombre, y después como experiencia, un aspecto de la existencia del hombre. Y, ¿qué quiere decir experiencia? «Las mismas consideraciones que los jueces rara vez mencionan, y siempre pidiendo disculpas, son las raíces secretas de las cuales la ley deriva toda la savia de la vida.
Quiero decir, por supuesto, consideraciones de lo que es conveniente para la comunidad interesada». La ley natural empezó con la transigencia, y termina con lo conveniente, sin llegar a ninguna parte después de mucho esfuerzo. En el proceso de quedarse quieta, ha logrado algo: ha perdido la verdad y la autoridad, y no le queda ningún terreno común, porque la experiencia y la conveniencia de todo hombre es su mundo privado de compromiso.
Todo hombre se convierte en su propio mundo de ley, su propio campo de experiencia, y su propio criterio de conveniencia.
La filosofía de la ley natural empieza «en la suposición de que el modo no cristiano de razonamiento es el único modo posible de razonamiento». Como Van Til observó además, contendiendo contra la propia filosofía al presentarse como una doctrina de la gracia común:
Una doctrina de la gracia común que se elabora como para apelar una vez más a un territorio neutral entre creyentes y no creyentes está, precisamente como la antigua apologética de Princeton, en línea con un tipo romanista de teología natural. ¿Por qué debemos, entonces, alegar que tenemos algo único?
Y, ¿por qué debemos, alegar que tenemos una base sólida para la ciencia? Nada que no sea una doctrina calvinista de la providencia todo controladora de Dios, y del carácter indeleblemente revelador de todo hecho del universo creado, puede proveer un cimiento verdadero para la ciencia.
Y, ¿cómo podemos alegar que podemos hacer buen uso de los resultados de los esfuerzos científicos de científicos no cristianos, sí, parándonos en base esencialmente romanista, no podemos ni siquiera hacer buen uso de nuestros propios esfuerzos?
¿Por qué vivimos en un mundo ilusorio, engañándonos nosotros mismos y presentando una pretensión falsa ante el mundo? La percepción de la ciencia:
(a) presupone la autonomía del hombre
(b) presupone un carácter no creado, sino controlado por el azar de los hechos
(c) presupone que las leyes no descansan en Dios, sino en alguna otra parte del universo.
Ahora bien, si desarrollamos una doctrina de la gracia común en línea con las enseñanzas de Hepp respecto al testimonio general del Espíritu, estamos incorporando en nuestro edificio científico las mismas fuerzas de destrucción contra las cuales ese testimonio está destinado a marchar.
El único verdadero terreno común está en Dios, o sea, en el hecho de que Él creó y gobierna todas las cosas, así que todas las cosas lo revelan a Él. La comprensión de todas las cosas empieza por consiguiente en Él, la sumisión del hombre al juicio, la salvación y la Palabra y Ley de Dios. Van Til, al argumentar contra las opiniones de Masselink, dirigente reformado, observó:
Pero he argumentado ampliamente, sobre todo contra Barth, que la imagen de Dios en el hombre tiene un contenido de conocimiento verdadero. El hombre no empieza en el curso de la historia con solamente la capacidad de conocer a Dios. Por el contrario, empieza su curso con un conocimiento verdadero de Dios. Es más, ni siquiera puede erradicar este conocimiento de Dios. Es este hecho lo que hace que el pecado sea pecado «contra mejor conocimiento».
La teología católica romana piensa en la criatura empezando, por así decirlo, en los límites del no-ser. Según la teología romana, hay en el hombre, así como en la realidad creada en general, una tendencia inherente a volver a hundirse en la inexistencia. De aquí la necesidad de ayuda sobrenatural desde el principio de la existencia del hombre. Hay en la teología romana una confusión entre los aspectos metafísicos y éticos del ser del hombre.
La tendencia destructiva del pecado no se ve en una disminución gradual de la racionalidad y moralidad del hombre. El hombre no es menos una criatura moral racional de Dios que lo que era cuando le da las espaldas a Dios y aborrece a su hacedor. Por consiguiente, cuando Dios le da al hombre su gracia, su gracia salvadora, esta no reinstaura su racionalidad y moralidad.
Reinstaura su verdadero conocimiento, justicia y santidad (Col 3: 10; Ef 4: 29). Restaura al hombre éticamente, no metafísicamente. De la misma forma, si decimos que la gracia común es lo que tiene que ver con la restricción del pecado, es una función ética y no metafísica la que ejecuta.
No mantiene, como el Dr. Masselink parece aducir, las características creadoras del hombre. No sustenta la imagen de Dios en «el sentido más amplio» de la racionalidad y moralidad del hombre. Impide que el hombre, que será racional de todas maneras, exprese su hostilidad contra Dios en el campo de conocimiento, de tal manera que hace imposible que por sí mismo destruya el conocimiento.
Y al restringirlo en su hostilidad ética contra Dios, Dios libera sus poderes de criatura para que pueda hacer contribuciones positivas al campo del conocimiento y el arte. De manera parecida, al restringirle en su expresión de hostilidad ética contra Dios, hay una liberación dentro de él de sus poderes morales, de modo que pueda ejecutar lo bueno «moralmente» aunque no espiritualmente.
Como constitutivos de la racionalidad y moralidad del hombre, estos poderes no han disminuido a pesar del pecado. El hombre no puede ser amoral. Pero por el pecado el hombre ha caído éticamente; se volvió hostil a Dios. Y la gracia común es el medio por el que Dios impide que el hombre exprese el principio de hostilidad a su pleno alcance, así capacitando al hombre a hacer lo «relativamente bueno».
Van Til ha sugerido «gracias creativa» como término mejor que «gracia común».
Por cierto que el término «gracia común», que ha venido a ser una marca del humanismo y la guerra contra Dios, se debe abandonar como término bastardo, al unir ilegítimamente dos conceptos extraños.
En breve, empezar con cualquier cosa que no sea la ley de Dios como el único cimiento del orden social es terminar sin ninguna ley y solo con la regla de la lógica y experiencia del hombre.
Por tanto, las leyes de la física, la economía, la biología, y toda otra ciencia y estudio, se basan firmemente en el decreto eterno de Dios; porque el poder predestinador y soberano de Dios es total, hay leyes en todo ámbito. Estas leyes se derivan, no de la «naturaleza» sino de Dios. Cuando se niega el decreto eterno, también se niegan las leyes, y estas gradualmente se agotan.
Fue el humanismo de la Ilustración el que desarrolló la filosofía de la ley natural como alternativa al Dios soberano y predestinador de las Escrituras. Más tarde sus herederos atacaron el concepto de la ley natural porque señalaba a Dios; les era mejor eliminar toda ley y no dejar ningún letrero que señalara a Dios, ninguna evidencia de diseño en el universo que hablara de su Creador. El mundo estaba lis- to para aceptar a Darwin y un universo ciego, sin ley, que evoluciona, para escapar de un Dios cuya ley gobernaba toda la realidad.
El concepto de la «ley natural inherente  se interpuso entre la naturaleza y Dios y se concibió como independiente de todo legislador externo para su validez y operación». Al aceptar la ley natural como sustituto de Dios, la Ilustración lo vio progresivamente en términos mecanicista.
«La realidad ya no era primordialmente una cuestión de voluntad y propósito personales». Se comparó el universo con un mecanismo de reloj.
Sin embargo, nada es menos desacertado desde el punto de vista cristiano que la comparación del universo con un reloj. Este potaje por el cual se cambió la primogenitura bíblica fue una sustitución del propósito con el diseño, abandonar el concepto de meta por un conglomerado de fines mecánicos expresados en términos filosóficos de orden, belleza, armonía y perfección. Los argumentos de diseño apuntan hacia atrás a la creación, y no hacia adelante a una consumación.
Grocio, el arquetipo del humanismo, desarrolló la distinción entre la ley de Dios y la ley de la naturaleza, en la cual la naturaleza incluía al hombre y su historia. El resultado de esta distinción entre la Providencia y los procesos de la vida e historia fue que allí surgió la posibilidad de moldear la vida y la historia aparte de cualquier ley de Dios. Y este era un fin deseable, puesto que la ley de Dios permitía las guerras y los desastres.
El modelo de la historia según la ley natural apuntaba hacia la idea de progreso y ejercía efecto directo sobre la cuestión de una escatología. El hombre ganaría su propia salvación, pero en un sentido radicalmente diferente al significado de la palabra bíblica, y por supuesto, sin temor ni temblor (Fil 2: 12).
Como resultado de este razonamiento, la ley de la naturaleza, que en la antigüedad pagana era la ley de las naciones, volvió a ser la ley de las naciones, la ley del hombre. Puesto que ni Dios ni la naturaleza habían eliminado las guerras, el hombre, el nuevo dios y legislador, moldearía a las naciones y a todos los hombres para eliminar las guerras.
El gobierno general [Providencia general] y particular [Providencia específica] de Dios sería reemplazado por el gobierno general y particular del hombre.
La Providencia general de Dios establece al hombre en un marco de ley total; la Providencia específica de Dios tiene en cuenta toda necesidad, y ni un solo cabello cae sin su cuidado y supervisión soberanos. El nuevo estado soberano trabaja para envolvernos en un marco progresivamente total de ley, y para vigilarnos con su red de supervisión particular.
El editor principal de un importante periódico estadounidense dio su aprobación a esta invasión radical de privacidad por parte del gobierno total del estado moderno en un editorial principal:
Conforme la tecnología cada vez más despersonaliza y deshumaniza nuestra vida, está brotando en nosotros una necesidad de reasegurar lo que es más básico y vital en nosotros, nuestros instintos. Todavía más, la tecnología está arrastrándonos a una época en donde la privacidad está llegando a ser literalmente imposible.
Está llegando a ser imposible por un lado, debido a la pura densidad de población, y, por lado, debido al rápido avance de los medios técnicos de vigilancia en una civilización cuyas sociedades es obvio que pretenden mantener a todos los individuos bajo vigilancia constante.
Nuestra necesidad primordial, pues, está despuntando: la necesidad de morar, más o menos como seres humanos, en una sociedad en la cual la privacidad no se discute. Nuestra respuesta al parecer va a ser adoptar un modo de vida en la cual la privacidad ya no se considere necesaria.
Así que sospecho que la relación sexual pública se debe ver como la ola del futuro.

La ley natural siempre acaba como la ley del estado, y un estado anticristiano encima de eso.